¿Eres más nocturno o diurno? ¿Eres más de gatos o de perros? Preguntas que te acorralan y te ponen ansioso si eres indeciso como yo. ¿Eres más de playa o de montaña? Yo, como es de esperarse, todavía no me decido, me cuesta mucho.
Tal vez es que ¿soy de volcanes?
Nunca había subido a la cima de un volcán, ni siquiera había visto uno, ni de lejos. Cuando llegamos a la isla de Java, en Indonesia, todo lo que veía parecía contener la palabra “volcán”: tour para subir volcanes, fotos con volcanes, gente hablando de volcanes, todo volcanes. Estaba segura que quería, al menos, ver uno a lo lejos, pero nunca pensé que rodearía uno para llegar a su cráter y que la experiencia me marcaría para siempre.
Hay algo especial en los horizontes donde reina un volcán. No olvidaré nunca la primera vez que miré a lo lejos y allí, como un rey indomable, se erigía el Kawah Ijen; fue en Banyuwangi, un pequeño pueblo al este de Java. Salíamos de la estación de tren, cansados después de muchas horas de recorrido, y fue entonces cuando el coche que nos transportaba avanzó unos metros y se apareció delante de nosotros.
Lo vi por segundos, de manera fugaz, pero estoy segura que fue el tiempo suficiente para recordarlo de por vida. Quería gritarle al conductor que se detuviera, sentí un deseo de bajarme del coche y sentarme en la calle a contemplarlo: ¡era la primera vez que veía un volcán! Y quería retener el momento para siempre.
Al día siguiente, nos levantamos a las 3 de la mañana para comenzar la expedición hasta la base del Kawah Ijen. A las 4:00 am ya estábamos comenzando a subir. Aún recuerdo el crujir de los pasos en esa tierra negra, el fresco de la mañana dándome en la cara y la satisfacción de estar solos con la vegetación y sentir que teníamos el planeta entero para nosotros; esa libertad que solo sientes cuando estás lejos de todo lo construido por el hombre.

Para mi esta experiencia significó, no solo reencontrarme con la naturaleza, sino conmigo misma. Recuperé aspectos de mi interior que no veía desde hacía tiempo, encontré algunos nuevos, me reté a mí misma tanto física como mentalmente y cumplí un objetivo.
No escalé el Everest, pero para alguien que no es especialista en subir montañas y que estuvo inmersa en una jungla de concreto durante muchos años, escalar el Kawah Ijen puede ser todo un reto. No es un camino peligroso, pero sí puede llegar a ser agotador.
Ahora, después de unos meses, siento que guardo en mi memoria cada centímetro de esa ruta, cada piedra sorteada en el camino, el contraste de las ramas verdes con la arena volcánica y esas nubes que nos regalaban formas extravagantes. Fueron varias las veces que quise parar, tal vez echar atrás y no seguir subiendo. No quiero ni pensar en todo lo que me hubiese perdido de haberlo hecho.

Presenciar la actividad de un volcán de cerca es como escuchar a la tierra hablar. Es darse cuenta de lo viva que está a la vez que te cuenta un poco cómo comenzó todo. El Kawah Ijen es mundialmente conocido por ser una gran mina de azufre, y esas piedras de un amarillo intenso, con ese lago burbujeante y rodeado de humo, no dejan lugar a dudas.


Espero que esa magia vivida al subir y al estar en las entrañas del Kawah Ijen no me abandone nunca, que mi memoria no me traicione y vaya borrando los recuerdos. Aunque creo que no debo preocuparme, experiencias como esta calan en uno casi con la misma profundidad que tiene ese cráter feroz del volcán.
