Cuando hablamos de Camboya lo primero que invade nuestra mente es Angkor, y no es de extrañar; pero este territorio asiático es mucho más que templos antiguos y ciudades abarrotadas de turistas en búsqueda de cerveza barata y platos de curry. Basta con salir un poco de su capital Phnom Penh y de la ruidosa Siem Reap para darse cuenta que Camboya esconde en su interior auténticas maravillas naturales, gente hospitalaria y mucha historia.
Battambang fue sin duda la joya de nuestro paso por este país. Esta ciudad ubicada al noreste, muy cerca de la frontera con Tailandia, es la muestra perfecta de la Camboya rural y auténtica. A pesar de ser conocida entre los viajeros, no todos los que visitan el país llegan a ella, lo que la hace un poco más amable.
La ciudad es perfecta para conocer a fondo sobre la historia de los brutales y bárbaros Jemeres Rojos, perderse en sus arrozales vastos y tranquilos, visitar cuevas misteriosas, observar la fauna rabiosa y ver cómo lagos y ríos dan vida a un país grandioso. No podemos olvidarnos de la comida, que a pesar de sus fuertes similitudes con la tailandesa, tiene su carácter propio y te seduce apenas la pruebas.
Battambang nos mostró parte de la esencia camboyana de diversas maneras:
- Nos emocionamos con el verde de sus arrozales, los atravesamos a bordo de un tuk tuk mientras nos llenábamos de polvo la cara y las sonrisas.
- Aprendimos el proceso artesanal a través del cual se fabrica el papel de arroz comestible, ese que sirve de ingrediente principal para uno de nuestros platos favoritos de todo Asia: los rollitos de primavera frescos o spring rolls, rellenos de cerdo, vegetales, hierbas, brotes de soja y acompañados de salsa de cacahuetes.





- Vimos volar a cientos de miles de murciélagos a la hora del atardecer mientras salían de su cueva. Fue un encuentro cercano con la magia de la naturaleza, a pesar de estar en una ciudad. Ese sonido y la enorme cantidad de animalitos haciendo figuras en el cielo será, sin duda, algo difícil de olvidar.

- Pero no solo vimos a los diminutos murciélagos salir de su cueva. También vimos muy de cerca a los famosos zorros voladores o murciélagos de la fruta, quienes son los más grandes de su especie, llegando a tener hasta 2 metros de longitud. Nos quedamos perplejos, allí debajo del árbol, admirando su magnitud, su color negro intenso y chirrido agudo.

- Subimos montañas empinadas para ver templos y pagodas budistas en lo alto y acabar con vistas de un valle verde que cortaban la respiración.
- Atravesamos puentes de infarto, con el paso lento y dudoso, mientras mirábamos atónitos cómo los motorizados lo cruzaban sin piedad alguna. Fuimos testigos de cómo el agua es primordial para el desarrollo de toda una comunidad, utilizándola como fuente de vida y medio de transporte.
- Visitamos lugares que no han debido existir nunca, pero que lamentablemente existieron. Lugares que aunque hubiesen sido derribados, nunca podrán irse del todo de las memorias y corazones de quienes vivieron la barbarie causada por los Jemeres Rojos.

A pesar de ser una visita cruda, creemos que es imprescindible vivirlo de cerca y no dejar nunca de lado esa parte de la historia. Hay que hacerse eco de sucesos tan terribles para evitar que se vuelvan a repetir. Acercarse a la gente y escuchar de primera mano sus historias. No olvidar nunca que para entender el presente hay que echar un vistazo al pasado.
- También aprendimos a hacer vino de arroz artesanal y arrugamos un poco la cara al probarlo. No es fácil engullir tanto alcohol a tempranas horas de la mañana 😉

- Entramos a una casa de familia que fabrica manualmente fideos de arroz y luchamos con las ganas de no meterle la mano a ese cuenco de fideos frescos y perfectos.

- Nos enamoramos de la hospitalidad de su gente y de esa dueña de una guesthouse de ensueño, que se desvivía por mostrarnos su cultura a través de la comida, ofreciéndonos un desayuno casero distinto cada día y que iban cargados, no solo de ingredientes frescos, sino de todo el amor y dedicación que sienten los camboyanos al recibirte en sus casas.

- Nos detuvimos a orillas del camino para probar un snack delicioso y típico camboyano: arroz dulce con judías negras cocido dentro de una caña de bambú.

Y fue así como quedamos prendados de una Camboya autóctona, genuina, con sus paisajes vírgenes, gente luchadora y belleza inspiradora. Si visitas un lugar, no dudes nunca en desviarte de las rutas preestablecidas y atrévete a mirar de cerca eso que solo unos pocos logran ver.