Chiang Mai, entre templos y suspiros

Cuando pienso en Chiang Mai inmediatamente suspiro. Es uno de esos lugares de la ruta que se grabó a fuego dentro de mí. A esta ciudad la veo como una esmeralda: verde, brillante, delicada. Cuando la recuerdo, evoco sus templos mágicos, sus calles elegantes, sus cafés de diseño en donde quieres quedarte y ruegas que el tiempo no pase.

Chiang Mai, sin duda, te muestra una de las caras más refinadas de Tailandia. Esta ciudad del norte es el vivo reflejo de ese país servicial, lleno de decorados, comida fresca y masajes relajantes que nos venden en Occidente.

Terracotta Arts Garden
Monjes en el Terracotta Arts Garden

Sus mercados nocturnos en medio de la calle, siempre abarrotados de gente, son una fiesta de color y sabor. Por otra parte, los mercados locales, abiertos durante el día y menos visitados por extranjeros, mantienen su carácter auténtico y al recorrerlos lograrás conectar con su gente y su cultura.

Sentarse a orillas del río a contemplar la antigua muralla y rodearte de flores tropicales mientras te deleitas con una ración de mango sticky rice es uno de esos placeres que te hacen sentirte vivo y darte cuenta que, aunque suene trillado, no se necesita mucho para ser feliz.

Mango sticky rice
Mango sticky rice en Chiang Mai

Salir a caminar por la “ciudad de los templos” te dejará boquiabierto y es que no en vano se ha ganado el sobrenombre. A lo largo del camino te toparás con templos budistas, chinos, de madera, de plata, con grandes estructuras o pequeños altares. Todos con sus encantos particulares, y aunque en algún momento puedan parecerte demasiados, cada uno tiene algo por lo cual vale la pena visitarlo.

Templo de Wat Buppharam
Templo de Wat Buppharam

Al ver un templo, detente, descálzate, entra. Respira y concéntrate, observa y escucha. Cierra los ojos y siente. No hay nada más bonito que ser testigos de tradiciones tan distintas a las nuestras, respetar las creencias del otro y tratar de entenderlas así no lo logremos del todo.

Fue en Chiang Mai donde, sin ni siquiera hablar, pude ser cómplice de gente local. Fue aquí donde me volví fanática de los mercados tailandeses de por vida, donde me reí con los vendedores de hortalizas y donde con solo una sonrisa le hice saber a esa cocinera que su plato de sopa fue uno de los mejores que he comido en mucho tiempo. Fue ahí, en esa ciudad norteña donde encontré paz, sentí que estaba donde debía estar y fue ahí que entendí y recordé por qué viajo.

La tranquilidad y belleza de esta ciudad puede enviciar. Muy a menudo me encuentro pensando en ella, recordando el olor de esa selva densa que la rodea y preguntándome ¿cuándo te veré de nuevo, querida Chiang Mai?

Paloma azul "Gura Victoria"
Hermosa paloma azul «Gura Victoria» vista en Chiang Mai

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